lunes, 28 de marzo de 2016

La evolución de los Zombies en un siglo

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Invasión Zombie



—¿Por qué has conducido así, idiota? ¡Podríamos habernos matado!
—Peor que eso, monsieur. Podríamos haber sido capturados.
—¿Capturados? ¿Por quién? ¿Por esos hombres con los que hablaste?
—No son hombres, monsieur. Son cuerpos muertos.
—¿Muertos?
—Sí, monsieur… ¡zombis!
Este breve diálogo que acaban de leer es la primera mención a los zombis en un largometraje de ficción. Hace ya ochenta y tres años de aquello. Ahora están en todas partes. Muertos vivientes, infectados, cadáveres andantes, devoradores de cerebros… desde hace unos cuantos años la literatura, el cómic, la televisión y el cine han encontrado un filón en ellos. La carne de zombi vale su peso en oro; no hace mucho hablábamos sobre cómo The Walking Dead está arrasando en medio mundo, como algunos largometrajes que han sido grandes éxitos en pantalla grande. Es más, el género zombi no solamente se ha convertido en mercancía de consumo masivo sino que, inesperadamente, también en producto cinematográfico respetado.
Pero no siempre fue así. Desde que nació en los años treinta y por lo menos hasta finales de los cincuenta, las películas de zombis fueron consideradas material únicamente apto para matinées repletas de niños y adolescentes descerebrados que buscaban en el cine emociones fuertes con las que empezar el sábado olvidando el desagradable colegio, o para pases televisivos de serie B también destinados al público juvenil. En los años sesenta el género se volvió más adulto. Aunque muchas veces fue utilizado como vehículo para vender sexo, diversos directores y guionistas decidieron empezar a tomarse el género en serio. También es interesante comprobar cómo el actual género zombi se parece bien poco a las películas pioneras de los años treinta. O que su evolución no se hubiera producido sin la enorme influencia de películas y novelas que en algunos casos ni siquiera pertenecen al género de terror, como la ciencia ficción posapocalíptica o las historias de infiltraciones alienígenas. En esta historia de los orígenes del cine zombi hablaremos de muchos de sus elementos tradicionales como brujería colorista, sangre, racismo, efectos especiales dignos de teatrillo de pueblo, guiones absurdos, peleas ridículas, maquillajes atroces, chicas bonitas… ¡los ingredientes clásicos! Pero también hablaremos, cómo no, de individuos como Bela LugosiEd WoodRichard MathesonGeorge A. Romero… una larga lista. Pero basta ya de palabrería y hagamos un poco de historia. ¡Agarren su estaca, vamos a abrir unas cuantas tumbas!
¿Qué es un zombi?
No se puede hablar de cine de zombis sin explicar lo que es un zombi. «¿Para qué?», se dirá usted, «yo ya sé lo que es un zombi». Pero cuando empecemos a repasar películas verán por qué resulta indispensable esta precisión. Si usted pregunta a su alrededor, lo más probable es la mayor parte de la gente no le dé una definición correcta del término «zombi» tal y como fue entendido en el cine durante las cuatro primeras décadas del género. Se limitarán casi siempre a equiparar zombi con muerto viviente, y ya está. Pero eso es algo que solamente hacemos hoy, cuando también concebimos que un vampiro sea capaz de enamorarse. Las viejas temáticas del terror han cambiado mucho y los zombis no son una excepción.
La etimología de la palabra «zombi» es tan compleja que por sí sola merecería un extenso artículo pero no vamos a entrar a discutirla demasiado. Digamos solamente que es un término (o conjunto de términos) que significa cosas distintas en varias regiones de África donde tradicionalmente imperaban religiones animistas. Puede significar «fetiche», un objeto utilizado en rituales mágicos. O puede aludir a ciertos espíritus poderosos con quienes se pretende contactar mediante la magia para que ayuden a los humanos a conseguir determinados fines. En algunas otras regiones el «Zombi» es la divinidad creadora, esto es, un sinónimo de Dios, Jehová, Alá, etc. Como ven nunca tuvo un significado único. Y no se preocupen por cómo transcribirla, porque exploradores, misioneros, estudiosos y literatos europeos llevan siglos sin ponerse de acuerdo: zumbizombizombie… todas y ninguna son correctas. Estos conceptos africanos pasaron a América adquiriendo nuevos significados. En Brasil, por ejemplo, un «zumbi» era el líder de una comunidad de esclavos emancipados. Más acepciones para el confuso crucigrama.
Pero lo que realmente nos interesa es Haití. En el culto vudú haitiano un «zombi» era aquel humano cuyo espíritu había sido capturado por un boko o brujo. Usando magia negra mediante fetiches como figuritas con forma humana, el brujo extraía el espíritu de una persona viva o recientemente fallecida para guardarlo en un cántaro, botella o recipiente similar (¡eso le da todo un nuevo significado a la expresión «alma de cántaro»!). Después empleaba ese espíritu en otros rituales. Pero además el brujo tomaba el control del cuerpo físico que había albergado ese espíritu. Si su víctima era una persona viva, esta perdía toda voluntad —aunque permanecía terroríficamente consciente de todo—, obedeciendo al brujo de manera robótica, sin poder comunicarse y sin poder hacer nada por evitarlo. Si se le robaba el alma a un muerto, su cadáver físico emergía de la tumba para obedecer a su nuevo amo. Ni que decir tiene que estas creencias, habituales en la población negra de Haití, combinaban la tradición africana con el trauma del tráfico de esclavos. Ser convertido en zombi era lo peor que podía pasarle a uno porque significaba convertirse en esclavo sin posibilidad de escapar incluso después de la muerte. Estas dos versiones del zombi, como muerto andante y como ser humano vivo pero desprovisto de voluntad propia, se usaron indistintamente en el cine durante varias décadas. Hoy ya no sucede, pero hubo zombis vivos en las películas.
El tétrico vudú haitiano extendió su divertida y chispeante influencia por el Caribe, estableciéndose en el sur de los Estados Unidos. De manera particular en Louisiana, donde se convirtió en parte importante del folclore de la comunidad negra local. Obviamente no todos los negros de Louisiana creían en estas supercherías, ni mucho menos, pero sí adoptaban las referencias culturales del vudú como propias de igual manera que un español ateo se ve influido por las referencias culturales cristianas. Dado que el concepto de zombi estaba íntimamente ligado con la experiencia de la esclavitud, los negros del sur de los Estados Unidos podían compartir y comprender perfectamente el significado de esas leyendas sobrenaturales. Un buen ejemplo es que hasta los años cuarenta y cincuenta muchas canciones de blues mencionasen rituales de magia negra vudú como parte del imaginario asociado a las regiones sureñas donde nació ese estilo musical. Incluso alguien como Jimi Hendrix, que nació y creció en el lejano norte del país y culturalmente tenía poco que ver con esos ambientes sureños, adoptaba las referencias al vudú como parte de la tradición musical que había aprendido y asimilado. Digo todo esto para enfatizar el hecho de que cuando se convirtió en protagonista de su propio género cinematográfico, el zombi era un concepto muy arraigado en la cultura estadounidense. Teniendo en cuenta que la industria cinematográfica haitiana era más bien pobre, no resulta extraño que los primeros largometrajes sobre zombis fuesen casi exclusivamente estadounidenses. Por entonces, tanto cineastas como público entendían al instante que la palabra «zombi» estaba íntimamente relacionada con el vudú.
El nacimiento del género zombi en el cine
El cine de zombis nació, cómo no, en Hollywood. Aunque pocos años antes se había realizado un documental sobre zombis y vudú, el primer largometraje de ficción propiamente dicho fue White Zombie («La zombi blanca»). Estrenado en 1932, estaba protagonizado nada menos que por Bela Lugosi en el papel de un brujo que, mediante ritos vudú, controla el cuerpo de una chica. El legendario actor húngaro estaba viviendo sus mayores momentos de gloria. El año anterior había protagonizado la inmortal adaptación de Dracula por la que pasará a la historia y tenía un lucrativo contrato con los poderosos estudios Universal, pero White Zombie fue una producción independiente rodada sin grandes medios bajo el impulso del mítico productor Victor Halperin. En ella encontramos todos los ingredientes clásicos de la mitología vudú, incluyendo a personajes de raza negra con acento francés como referencia a la cultura cajún de Louisiana. White Zombie recibió críticas poco entusiastas en su estreno, sin embargo el tiempo le ha añadido una pátina de nostalgia que le confiere bastante encanto (y que ha servido para dar nombre a alguna banda de rock). La película es irregular pero contiene alicientes legítimos. No solamente la inmensa presencia del gran Bela, sino una atmósfera muy conseguida en ciertas escenas. La mala recepción crítica no impidió su éxito en los Estados Unidos y curiosamente también en la Alemania nazi, donde la censura de Hitler le dio el visto bueno sabe Dios por qué. Seguramente los paranoicos nazis pensaban que el film demostraba cómo los malvados poderes típicos de africanos inferiores podían atacar a una mujer blanca, toda una metáfora de sus teorías racistas. Sea como fuere, el éxito en Alemania debió de producir sentimientos encontrados al pobre Bela Lugosi, que como después veremos no era precisamente el mayor fan del III Reich.




Cuatro años más tarde, en 1936, se rodó la segunda película con temática zombi, titulada Ouanga aunque también conocida como The Love Wanga. Inicialmente estrenada a pequeña escala, tardó varios años en ser proyectada por todo el país. Hablaba de una bruja haitiana que revivía cadáveres para usarlos como venganza tras ser despechada por un hombre que había decidido dejarla para casarse con una mujer blanca. Bastante más olvidable que White Zombie, rara vez la verán nombrada como una referencia básica del género. Eso sí, en ella aparece una actriz importante, Fredi Washington, la misma que en Imitación a la vida había interpretado a una mulata que se hacía pasar por blanca (aunque es posible que les suene más la versión que protagonizó Lana Turner en los años cincuenta). Fredi Washington era hija de mulatos y dado que sus rasgos faciales eran muy europeos, en aquellos años de segregación racial se la contrataba para papeles que jugaban con esa ambigüedad racial. También en 1936 se estrenó la igualmente prescindible Revolt of the Zombies, producida por el indomable Victor Halperin y ambientada en Camboya por aquello de darle un toque todavía más exótico al asunto. Sus protagonistas intentaban destruir una fórmula creada por un sacerdote para convertir a los humanos en zombis. Esta mezcla de brujería haitiana con científicos locos se convertiría en un recurso muy común en el género, pero más allá de esa innovación la película era mediocre.
En 1940 se estrenó Four Shall Die, un film cuyo mayor aliciente es contemplar en acción a Mantan Moreland. El legendario actor empezó como artista de vodevil y se especializó en comedias, particularmente race movies, películas destinadas exclusivamente al público negro (sí, así estaban las cosas en América). Sin embargo tenía tanto carisma que se convirtió también en un habitual del cine de terror. Como actor cómico era hilarante, pero si se proponía impactar al público adoptando expresiones terroríficas, lo conseguía con creces. También de 1940 data la primera comedia de zombis, The Ghost Breakers, un film que ha pasado a la historia por la malintencionada aunque divertida equiparación que Bob Hope hacía de los zombis con los seguidores del Partido Demócrata. Como pueden suponer se trata de una película entretenida que además contaba con la presencia de otra gran estrella, la bonita Paulette Goddard. El tono de comedia desenfadada se repetiría en 1941 con King of the Zombies, que vista hoy resulta más llamativa por el indisimulado racismo habitual en Hollywood que por su calidad. No es una obra maestra, aunque sí entrañable, sobre todo porque podemos ver una vez más al gran Mantan Moreland luciéndose en su ámbito preferido, el cómico, pero manteniendo la alucinógena expresión de estar contemplando los Horrores del Otro Lado, lo cual, desde luego, ¡siempre supone un aliciente extra!


Vistos los ejemplos, podrán ustedes deducir fácilmente que durante los años treinta poca gente se tomaba en serio el cine de zombis. Era como el hermano pobre de otros subgéneros del terror. Con el cambio de década no mejoraron las cosas, porque en los cuarenta el género de terror sufrió una crisis que lastró la carrera de quienes habían gozado sus momentos de esplendor y ahora pagaban el precio de haber sido encasillados. Bela Lugosi, por ejemplo, seguía siendo muy famoso pero no consiguió abrirse paso en el cine más convencional. Ni siquiera cuando tuvo la gran oportunidad de interpretar un papel en Ninotchka, el clásico de Lubitsch donde pudo compartir pantalla nada menos que con Greta Garbo. En aquel film había muchos extranjeros delante y detrás de las cámaras, empezando por el director y la propia Garbo, así que Lugosi no estaba fuera de lugar. Y desde luego demostró que no necesitaba vestirse de vampiro para mantener su enorme presencia escénica. Era uno de los actores con más carisma de todos los tiempos, esto es un hecho… pero Ninotchka no fue el rescate profesional que esperaba. El público continuaba asociando su nombre al conde Drácula y su cerradísimo acento húngaro no ayudaba a sacudir esos estereotipos. Por si fuera poco, su drogadicción empezó a cerrarle bastantes puertas. Bela Lugosi padecía problemas físicos que venían desde la I Guerra Mundial, en la que se presentó voluntario para luchar en el ejército húngaro, combatiendo valientemente como teniente de infantería y siendo herido en tres ocasiones diferentes. Su etapa como soldado le dejó dolores crónicos que terminaron derivando en una fuerte adicción a la morfina. Cuando el terror pasó de moda y Lugosi dejó de ser un imán para la taquilla, los ejecutivos de la Universal consideraron que ya no les convenía tener a un drogadicto en plantilla, pese a que Lugosi no era un yonqui problemático. Al contrario, era bien conocida su conducta siempre exquisita y su elegancia poco menos que aristocrática (olviden los exabruptos de la películaEd Wood, ¡Lugosi era un caballero!), pero los grandes estudios no querían arriesgarse a ver las palabras «morfina» y «metadona» en los titulares.
Cuando se extinguió su contrato con la Universal tuvo que firmar con un estudio mucho más modesto, Monogram, para filmar películas de menor presupuesto, incluyendo algún que otro retorno al mundo zombi. En 1942 protagonizó Bowery at Midnight, film de serie B donde interpretaba a un psicólogo que tras convertirse en jefe criminal y asesinar a algunos de sus propios matones, veía como estos regresaban convertidos en zombis (por entonces, como ven, los psicólogos no eran considerados como algo muy diferente a los brujos vudú… supongo que hoy deberían ocupar su lugar los economistas). No es una gran película, la verdad, pero Lugosi está fantástico en ella. En 1944 protagonizó The Voodoo Man en el papel de un doctor que se convierte en brujo y utiliza la magia negra para revivir a su esposa fallecida, para lo cual necesita quitarle la vida a otras mujeres. Pese a su modesta factura es un film interesante. Lugosi derrocha carisma, cómo no, y la atmósfera visual tiene algunos buenos momentos. No es una obra maestra del cine pero tanto Lugosi como la fotografía e iluminación hacen que merezca la pena. En ella también podemos ver a John Carradine, por entonces especializado en el cine de terror, metido de lleno en uno de los personajes más absurdos de su trayectoria… que ya es decir.
Mucho más infantil era la comedia Zombies on Broadway de 1945, que jugaba con la baza comercial de juntar a Lugosi con Boris Karloff, otro actor encasillado en el terror que se las estaba viendo negras para mantener su estatus. Era simplemente un intento de rentabilizar la menguante pero todavía extendida popularidad de ambos actores, que aparecían juntos por primera vez. Aunque es una película divertida para los niños, en mi opinión resulta indigna del calibre de ambos iconos. En fin, no eran buenos años para Lugosi. Además del declive profesional y del empeoramiento de su adicción, estaba seriamente preocupado por el expansionismo alemán que amenazaba con fagocitar su patria de origen, Hungría. Cuando efectivamente Hungría fue ocupada por los nazis, el viejo Bela Lugosi ya no podía combatir pero sacó a relucir su condición de veterano de guerra, encabezando una campaña para concienciar al público americano sobre el negro destino que aguardaba a los pobres judíos y disidentes húngaros. Por desgracia no se equivocó en sus malos augurios. Para un hombre que había estado dispuesto a dar la vida por su país, aquellos eran momentos difíciles.
Además de las películas protagonizadas por un Lugosi cuya carrera declinaba rápidamente, en los años cuarenta hubo otros títulos de zombis. En 1943 se estrenó I walked with a zombie del director Jacques Tourneur, que fue despreciada por los críticos aunque, como White Zombie, hoy es vista con mejores ojos a causa de la nostalgia y también porque indudablemente contiene buenos momentos, sobre todo desde el punto de vista visual. Como dato curioso, en ella aparecía cantando nada menos que Sir Lancelot, el gran popularizador del calipso, un estilo musical que tendría bastante éxito en los Estados Unidos. Alguna de sus escenas musicales, dicho sea esto como mérito de la conseguida atmósfera del film, ¡terminan resultando extrañamente terroríficas! Kubrick y Hitchcock no fueron los primeros en mezclar música agradable con secuencias de oscuro trasfondo. La intervención de Sir Lancelot no deja de resultar llamativa porque ya veremos que el otro rey del calipso, Harry Belafonte, tendría también un papel importante, aunque indirecto, en la evolución del cine de zombis.
También en 1943 se estrenó la primera secuela de una película de zombis. Revenge of the Zombies era la continuación de King of the Zombies. El film hablaba de un científico que intenta crear un ejército de zombis para el III Reich y de nuevo aparecía el ubicuo John Carradine. Sin embargo, una vez más era Mantan Moreland quien se las arreglaba para robar casi cada secuencia en la que aparecía… no por nada el hombre es una leyenda hoy. Sea como fuere, cualquier escena compartida por Carradine y Moreland es una joya a contemplar. En el mismo año se estrenó The Mad Ghoul, un film poco destacable pero que merece ser mencionado porque fue el primero en usar la palabra «ghoul» en su título. Este término procedía de la tradición árabe, donde al-ghūlse refería cierto tipo de espíritu o demonio que podía presentarse bajo forma humana o animal. Gracias a la repercusión de Las mil y una noches, la literatura anglosajona adoptó el término y en los Estados Unidos se convirtió en sinónimo de criatura amenazante que acecha en lugares solitarios como caminos o cementerios. ¿Por qué digo todo esto? Pues porque hasta los años sesenta el cine estadounidense utilizaba la palabra ghoul —y no «zombi»— para referirse a los muertos vivientes que aparecen por las buenas sin la intervención de la magia vudú. Por lo general, el cine solamente hablaba de zombis cuando su aparición estaba vinculada con el vudú (años treinta y cuarenta) o con ese nuevo tipo de vudú que era la ciencia atómica (años cincuenta y sesenta). Pero los muertos vivientes que aparecían por las buenas eran ghouls, así que el moderno género zombi perfectamente podría haber terminado llamándose «género ghoul». Lo cual casi hubiese sido más correcto.
En 1946 se estrenó Valley of the Zombies, película en la que curiosamente no había zombis sino un individuo que usaba ritos vudú sobre sí mismo para retrasar su propia muerte… y dado que necesitaba beber sangre humana con regularidad para mantenerse vivo hablamos más bien de un vampiro vudú. Por lo demás era un film prescindible, aunque contaba con la presencia de la elegante Lorna Gray, actriz que había acariciado el estrellato durante su etapa en Columbia Pictures pero que nunca logró despegar y terminó rodando películas de serie B para los más modestos estudios Monogram. El género de terror servía muchas veces como refugio para intérpretes que habían caído en desgracia a ojos de los grandes estudios. La verdad es que Valley of the Zombiesera demasiado mala para una actriz de su talento, así que no resulta extraño que no quisiera aparecer con el nombre artístico de sus mejores tiempos sino con el menos conocido seudónimo de Adrian Booth. Pasar de compartir pantalla con John Wayne a verse encasillada en películas de zombis era un golpe duro de asimilar, porque en el escalafón cinematográfico los filmes de zombis estaban entre lo más bajo. Tampoco sorprende que decidiese retirarse de las pantallas unos pocos años después, siendo aún relativamente joven. Probablemente aquella retirada le fue bien a su estabilidad mental, ya que conforme escribo estas líneas Lorna Grey sigue viva y está a punto de cumplir los cien años. A su salud.
Los locos años cincuenta
Si cinematográficamente hablando los años treinta fueron los del auge del terror y los cuarenta los del declive, los cincuenta estuvieron caracterizados por la repentina explosión de la ciencia ficción, cuya fuerza salpicó al género de terror. El subgénero zombi no pudo librarse de esa omnipresente influencia, aunque muchas veces fuese asimilada de manera bastante surrealista. La principal consecuencia fue que en los nuevos guiones el origen de los zombis cambió y el vudú era sustituido por la energía atómica o los extraterrestres. En 1952 se estrenó Zombies of the Stratosphere, que como cabe deducir del título intentaba explotar el filón de la nueva moda de los platillos volantes y era básicamente una película de marcianos que usaba la palabra «zombie» para distinguirse de la competencia. Algo similar sucedía en el film Invisible Invaders, donde los muertos salían de sus tumbas después de que sus cadáveres fuesen ocupados por alienígenas (en el film volvemos a ver a John Carradine). El travestismo hacia la ciencia ficción continuó con Creature with the Atom Brain, donde un científico del extinto III Reich usaba energía nuclear para resucitar cadáveres que después un gánster reclutaba para que se convirtiesen en sus esbirros, inaugurando la poco continuada tradición del zombi mafioso. Como se deduce de estos estrambóticos argumentos, no hablamos de filmes particularmente inteligentes. Pero sí demostraban esa evolución del cine zombi hacia temas considerados más actuales y más propios de la ciencia ficción entonces hegemónica.
Más tradicional fue Voodoo Island, de 1957, que recuperaba las referencias al control mental mediante los tradicionales muñequitos vudú. Era una película más bien aburrida pese a contar en el reparto con Boris Karloff y la bonita Beverly Tyler, un antiguo proyecto de starlet de la Metro Goldwyn Mayer que pese a su talento, belleza y elegancia, había terminado en el aparcadero de la serie B, como Lorna Grey. Por su parte, Karloff interpretaba un papel convencional sin maquillajes raros, pero el público no se acostumbraba a verlo desprovisto de su caracterización como monstruo de Frankenstein. Karloff estaba pasando por aprietos profesionales. También en 1957 se estrenó Zombies of Mura Tau, donde una expedición de buscadores de tesoros submarinos se encontraba con los antiguos tripulantes de un barco hundido que retornaban de la muerte. Pese a su original idea de presentar zombis submarinos, no era una película demasiado brillante.
Eso sí, todavía peor era Voodoo Woman, estrenada el mismo año, en donde aparecían algunas mujeres zombi manejadas por (¡sorpresa!) un científico loco que vivía en mitad de la selva africana y que al parecer no tenía nada mejor que hacer que mezclar vudú con lo que el cine de serie B entendía como «tecnología punta», esto es, bombillitas, antenas de muelle y demás parafernalia fallera. Además, como se hacía en otras películas de la época, la ambientación africana incluía un constante tañer de bongos, porque ya sabemos que los africanos se pasan veinticuatro horas al día dándole al tamborcito. Esta película obtuvo cierta repercusión y estatus de culto precisamente por su merecida fama de chapucera, pero bien merece la pena recordar a su protagonista, la actriz Marla English. Su carrera fue rocambolesca. Fue descubierta por la Paramount, uno de cuyos empleados la vio ganando un concurso de belleza. Se la consideraba un diamante en bruto gracias a una afortunada combinación de talento y la deslumbrante belleza de una sex symbol en potencia. Estuvo a punto de triunfar por todo lo alto cuando le ofrecieron un papel junto a Spencer Tracy. Pero no tuvo suerte. El rodaje iba a realizarse en Europa, y antes de cruzar el charco Marla se vacunó, algo que muchos viajeros estadounidenses hacían dado el cochambroso estado en que se hallaba nuestro continente por entonces. Pues bien, la pobre Marla sufrió una reacción adversa a la vacuna: una altísima fiebre le hizo renunciar al rodaje, porque no viajar de inmediato significaba perder el tren de la película. En aquellos tiempos los grandes estudios no esperaban a nadie y buscaron una sustituta a toda prisa (ocupó su lugar la siempre inquietante Claire Trevor). A raíz de ese tropiezo y de algún que otro roce con los directivos, en Paramount decidieron aparcar a su promesa. Marla English se vio confinada a la serie B, donde básicamente su talento fue desaprovechado una y otra vez en películas cuyos títulos hablan por sí solos (por ejemplo, The She-Creature). No obstante, los nostálgicos de las modelos glamourosas de los años cincuenta harían bien en echarle un vistazo a su increíblemente sexy catálogo de sesiones fotográficas como pin-up, porque Marla English no tenía mucho que envidiar a toda una Bettie Page.
Como vemos, hasta 1957 la década no produjo películas de zombis muy destacables. A nadie en su sano juicio se le ocurría considerar la posibilidad de que el cine de zombis se convirtiese en un género respetable. Era básicamente un relleno al que los pequeños estudios recurrían de vez en cuando para ofrecer algo de variedad en mitad de la fiebre cinematográfica de los marcianos y la energía atómica. Pero lo peor estaba por llegar. Fue hacia el final de la década cuando el cine zombi empezó a sumergirse en el más absoluto desmadre, una espiral de psicodelia que iba a generar productos deliciosamente alucinógenos.
La británica The woman eater, de 1958, fue la primera película de zombis que usó abiertamente el reclamo del sexo (lo cual, como ya veremos, sería cada vez más común en el cine de terror a partir de los sesenta). En el argumento teníamos al científico loco de rigor que convertía a mujeres en zombis sin voluntad propia. ¿Para qué? Pues para alimentar a un extraño árbol carnívoro que al parecer solamente podía obtener sus proteínas del desayuno de mujeres jóvenes e invariablemente bien formadas (sí, un árbol carnívoro heterosexual, ¿qué pasa?). El estupidísimo argumento era una excusa como otra cualquiera para que por la pantalla desfilasen actrices curvilíneas. Aunque lo mejor como podrán comprobar es la extraña planta protagonista, una increíble combinación entre geranio, teleñeco de Barrio Sésamo y Alien el Octavo Pasajero en versión maceta. Si una planta es capaz de robarle la secuencia a mujeres tan despampanantes como las que aparecen en ese film, lo siento mucho por la planta de La pequeña tienda de los horrores pero aquí estamos hablando sin duda de la Planta Más Carismática De La Historia del Cine.
Siguiendo con el despiporre generalizado de finales de los cincuenta, en 1959 se estrenó Teenage Zombies, que tampoco es una obra que hubiese firmado con orgullo Kurosawa. Las andanzas de dos parejas de adolescentes que combaten a un puñado de muertos vivientes alcanzaban tan altas cotas de cretinez como quieran ustedes imaginar. Prescindible, excepto porque contiene alguna de las escenas de peleas más absurdas, incomprensibles e hilarantes de todos los tiempos. Hay una secuencia en concreto, hacia el final del film, que no importa las veces que la vea siempre me provoca un aluvión de carcajadas. Por sí sola, esa larga pelea ya justifica el visionado. ¡Eso sí es sentido de la épica y no lo de Ben Hur!
Y ya que nos encontramos en las grandes alturas cinematográficas, también en 1959 irrumpía en los altares del cine zombi nada menos que el único e incomparable Ed Wood. En realidad el año anterior ya había rodado una película sobre zombis, Night of the ghouls, que como podrán suponer era bastante cutre. Pero eso se quedó en nada comparada con su gran hazaña de 1959. Me refiero, cómo no, a la inconmensurable Plan 9 from Outer Space, tan mala que hacía que el resto de películas se zombis de aquella década parezcan superproducciones. Incluso su propia Night of the ghouls se antojaba medianamente digna (es un decir) en comparación. El absurdo batiburrillo de subgéneros, los infinitos errores de producción y la presencia de Tor JohnsonVampira o El Asombroso Criswell han convertido Plan 9 from Outer Space en justificado objeto de culto. Además, como bien sabemos, fue la última película en la que apareció el gran Bela Lugosi, por entonces tristemente sometido al completo ostracismo de la industria, arruinado por la falta de trabajo y aprisionado por aquella drogadicción que llevaba arrastrando desde hacía décadas. De hecho Bela murió durante el rodaje y ni siquiera pudo terminar de interpretar su papel, que fue completado por un imitador que se cubría el rostro con la capa para que «no se notase» (no, qué va). No hace falta decir que esta indescriptible aberración en forma de película es ahora un hito cultural cuyos fans se multiplicaron el día en que Tim Burton decidió dedicarle su genial, aunque no 100% verídico, largometraje Ed Wood.
Como se ve, los años cincuenta aportaron al género zombi mucha locura pero poco avance. Más allá de transformar ocasionalmente a los zombis y ghouls en extraterrestres, o sustituir la magia negra por desvaríos pseudocientíficos para adaptarse a la moda de la ciencia ficción, hubo pocas cosas nuevas. Fueron películas más difíciles de tomar en serio que las producidas en los años treinta e incluso los cuarenta. Eso sí, los desvaríos de los cincuenta serían superados con creces en la siguiente década. La primera mitad de los años sesenta iba a proporcionarnos una impresionante sucesión de fascinantes bodrios cuya sola existencia consigue que uno ame apasionadamente el mero hecho de estar vivo. Pero antes de sumergirnos de lleno en el Gran Despiporre de 1961-66, tomémonos un respiro, hagamos un paréntesis y reunamos fuerzas para las aberraciones que están por venir.

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